Parece que esa mujer está en el otoño de su vida

 

Se acabó el otoño, lo único que me alegra de este encierro y de que el tiempo se me pase muy lento es que se pudo alargar un poco más. Este año no pude salir a pisar hojas secas, a tomar café en mi lugar favorito, a alguna fiesta de disfraces o a comer pay de calabaza y degustar un pumkin spice latte en esa cafetería que tanto odio, pero a la que recurro alguna vez.

Ha aumentado el frío y mis colores favoritos se destiñen de las plantas, de las flores, lo único que permanece intacto son los troncos de los árboles, que, erguidos muestran con orgullo sus ramas desnudas, me revelan su fortaleza. Al pensarlo, de manera inconsciente esbozo una media sonrisa que no me llega por completo a los ojos. Cierro la ventana tras soltar un largo suspiro, el gris del cielo hace que me den ganas de aislarme para siempre. Hasta que de nuevo llegue el otoño y pueda hacer las cosas que me gustan.

Me froto las manos contra el pantalón para lograr trasmitirles un poco de calor y me dirijo a la cocina para prepararme un café. Lleno de agua la tetera eléctrica y la conecto, le quito el colador a la prensa francesa y sin medida le pongo suficiente café para no dormir durante dos días. Cuando el agua hierve, la pongo en el artefacto y solo me queda esperar. Me recargo en uno de los muebles reciclados que me han regalado y cruzo los brazos, miro a través de la ventana, el sol me dice que no tiene ganas de asomarse.

El rechinido de la puerta me saca de mis pensamientos, es Leonora, la gata negra con blanco que me regaló mi roomie unos días después de mi cumpleaños, empuja la puerta de la cocina con sus patas y cuando hay espacio suficiente entra con la cola levantada, se sube a una de las cajas que uso como alacena y queda a la altura de mi pecho, me mira con expectación y mueve un poco los bigotes en un intento de maullido.

Aún no es hora de la comida. Alzo la muñeca izquierda para ver el reloj, pero recuerdo que me lo he quitado en la noche. Le doy la espalda y presiono el colador para que bajen los granos del café y me sirvo una taza, la envuelvo con mis manos y mis palmas frías me lo agradecen. Antes de atravesar la puerta una voz femenina un poco grave y bastante refinada se hace escuchar. Podrías haberme ofrecido al menos una taza de café. Volteo tan asustada que un poco de mi bebida se sale de la taza y se derrama en mis manos, arde demasiado pero no pienso soltarla así que avanzo y la pongo en el mueble en el que estuve recargada hace un momento.

¿Quién dijo eso?— miro hacia todos lados y me limpio el café en la tela de mi pantalón, el ardor disminuye un poco. Pues claro que yo— dice Leonora sentada sobre sus patas traseras, justo en la posición en la que la había dejado antes de dirigirme a la sala. Me quedo de piedra. Suelo hablar con mi gata, pero nunca espero una respuesta, es casi como hablar sola. En este caso ¿Qué se le responde a un gato? ¿Acaso a Leonora le gustará el café?




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