Tiempo, de un metro de largo

 Tiempo, de un metro de largo

"Tú eres una chica a la que le gusta complacer a los demás, no ves por tu felicidad y eso te llena de tristeza".

Esas palabras resuenan en tu cabeza, hacen eco y vibran cuál campana de una catedral. Caminas por la calle escuchando el bullicio de la ciudad, los motores de los autobuses que emiten un rugido al avanzar, los pasos apurados de la gente que tiene prisa por llegar a algún lugar, el claxon de los automóviles que aúllan sin cesar y te sientes abrumada, no puedes pensar, no quieres escuchar.

Y es ahí cuando te pones a pensar que este lugar no es como el que te describía José Agustín en sus libros, como lo que cantan aquellas bandas pop locales que componen sus "rolas" mientras toman su café de Starbucks con leche de almendras, se perdió la magia.

Las jacarandas ya no son tan moradas, las casas ostentosas ya no se ven tan blancas y ese aire capitalino ya no es respirable se vuelve sofocante, incluso más que cualquier estación del metro en hora pico.

Y te detienes, ya no puedes avanzar como si tus converse blancos se hubieran clavado al piso y decides retornar, solo así tus zapatos te permitirán avanzar. Chocas con muchos hombros, pero logras continuar hasta llegar a las escaleras que te dirigen hacia el subterráneo, ese que te lleva a Coyoacán.

Te abres paso entre la gente y llegas hasta enfrente, justo para ver el vagón casi llegar y sin chistar das un salto más.

Por primera vez pensarás en tu felicidad y de paso joderás a los demás, aunque sean solo treinta minutos la ciudad se detendrá.




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